Por Mari Paz López Santos
CATEDRAL DE LA ALMUDENA 29 junio 2012. (EL PAIS) |
Supe del suceso tres días después de los hechos. La información
me llegó por la red. La foto mostraba la majestuosidad del altar mayor de la
catedral de La Almudena, delante, en los escalones de acceso al altar, una
sábana blanca a modo de pancarta, con la siguiente inscripción: "Salvad a
las personas, no a los bancos. ¡¡Primero la gente!!. Stop desahucios. Dación en
pago. Alquiler Social. Plataforma Afectados-as por la Hipoteca (P.A.H.)"
y, delante de la pancarta, un policía nacional.
Un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo mientras hacía el
recorrido a la inversa por la foto: policía, pancarta, altar... crucifijo,
modernas cristaleras, cúpula... Luego, una profunda sensación de tristeza.
El silencio es buen compañero para digerir muchas cosas y lo
adopté como acompañante en la semana, junto con la oración pidiendo luz para
entender, si es que se puede, y paz interior, si no se consigue.
Como le pasó a Martin Luther King "anoche tuve un
sueño" y ya sabemos que en los sueños la realidad se ve con gran angular y
zoom, lo que permite reflexionar después en detalle. En ello estoy.
En el mismo espacio de la foto, un joven de unos treinta y tres
años, con melena y barba, vaqueros y una camiseta blanca, se levantó de su
posición orante al ver que las gentes que habían desplegado la pancarta se
disponían a abandonar el templo requeridos por los policías que habían sido
llamados para tal fin.
Se acercó al grupo y, cogiendo un lado de la pancarta, les
dijo: "Dejadme que ayude, os veo cansados y agobiados" (Mt 11,28-30).
Tras salir el último, un bedel cerró la gran puerta y un grave silencio inundó
el templo, al tiempo que una ligera ráfaga de aire apagó, sin que nadie lo
percibiera, la vela roja encendida al lado del sagrario. La paz de los
mausoleos reinó de nuevo.
En el exterior -continuando con el sueño-, alguien dijo en voz
alta dirigiéndose al joven: "¿A dónde vamos? Nos desalojan de todas
partes. Creíamos que de aquí no nos echarían, pero ya ves..." Él se volvió
y miró a todos, el grupo se iba haciendo cada vez más grande. Sus ojos
brillaban con una luz que recordaba a los abrazos, a la ternura, a la
solidaridad, a la entrega... en silencio echó a andar con ellos, y les iba
hablando con palabras que sólo pueden entender quienes se sienten desalojados
de la sociedad.
Sonó el despertador y acabó con el sueño, pero no con el
pensamiento, que me trajo el recuerdo de una fórmula de acogida de la Iglesia
en la Edad Media: "acogerse a sagrado". Cualquier persona podía
permanecer dentro de sus muros sin importar de qué huían, incluyendo si eran
perseguidos por la justicia. Podían ser verdaderos maleantes. No creo que sea
el caso de los que pretendían permanecer el fin de semana en la catedral de La
Almudena. Nadie es un delincuente por el hecho de no poder pagar la hipoteca y
pedir alternativas justas como la dación en pago.
¡Qué diferente hubiera sido todo si hubieran sido acogidos, si
se hubiera hablado de lo que les motiva a iniciar una acción así como denuncia
de su situación! Todo ello antes de invitar a las fuerzas del orden a entrar en
lugar sagrado.
A lo largo del día recordé también una sabia máxima de San
Benito, que ya en el siglo V invitaba a los monjes a "acoger a quien se
acercara al monasterio como al mismo Cristo" (RB-LIII).
Sé que hay muchos riesgos en la acogida, sé que quien acoge ha
de abrirse a la escucha, ha de atender a las necesidades básicas de quien
llega, ha de ofrecer su tiempo que, seguramente, ya tenía previsto invertir en
otra cosa. Acoger es un arte que se practica con ingentes cantidades de amor
que consiguen neutralizar el peso, en toneladas, del miedo al otro: al pobre,
al sufriente, al inmigrante, al del otro "bando", al de otro color,
al de otro sexo, al que me rompe los esquemas o, sencillamente, el que me hace
perder mi valioso tiempo.
Llegó la noche, y con ella el merecido descanso y el regalo de
otro sueño: de nuevo en el interior de la catedral de La Almudena, pancarta,
altar, crucifijo, vidrieras, cúpula... pero esta vez no había ningún policía.
Los manifestantes, silenciosamente sentados alrededor de la
pancarta, empezaron a ver llegar a algunos sacerdotes que se interesaron por
sus problemas: si estaban en paro, cuánto tiempo llevaban sin pagar la
hipoteca, si preveían que pronto llegaría el desahucio; cuántos hijos tenían a
su cargo, quién los cuidaba mientras ellos estaban allí...
Al poco rato unos cuantos canónigos de la catedral hicieron
acto de presencia y se unieron al grupo, cada vez más numeroso. Preguntaron si,
además de "hambre y sed de justicia" (Mt 5, 6), tenían ganas de tomar
un bocadillo y algo de beber. Les dijeron: "Quedaos con nosotros, porque
es tarde y está anocheciendo" (recuerda a Lc 24, 29); se os ve
"cansados y agobiados" (Mt 11,28), os ayudaremos a llevar vuestras
preocupaciones de hoy y mañana continuaremos viendo como resolver esta
situación. Sentiros en casa... en la Casa de Dios".
De detrás de una de las columnas apareció el joven de melena y
barba, con vaqueros y camiseta blanca, esta vez llevando de la mano a dos
pequeños que habían acompañado a sus padres. No sé notaba la presencia de los
niños en el templo, estaban muy entretenidos jugando con Él. Al verlos, las
madres hicieron el gesto de atraerlos para que no molestaran, pero el joven
dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los que son como
ellos es el Reino de Dios" (Mc 10, 14-15) y, viendo que todo estaba
controlado y en buenas manos, siguió atento a los pequeños para que no
distrajeran al grupo que necesitaba descanso.
En los sueños podemos elegir quedarnos con los que nos gustan.
En la realidad hay que ponerse en marcha para que otro mundo sea posible, por
que el Reino de Dios empieza aquí y ahora... especialmente en tiempos de crisis
y de injusticia indiscriminada.
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