(Reflexión a Lc 9, 11-17)
La crisis económica va a
ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En
nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias
obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos
golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud
o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo
irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y
la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la
delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia
seguridad.
Pero también es posible
que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos
puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden
estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer
nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero
podemos ser más humanos.
En medio de la crisis,
también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el
momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el
proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos
corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y
consumista.
Es también el momento de
recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es
vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los
cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un
lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir
nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de
nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir
el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de
pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que
van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía
nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender,
apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de
inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando
vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede
hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la
crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
José Antonio Pagola
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