Por Leonardo Boff
En 1845, Karl Marx escribió
sus famosas 11 tesis sobre Feuerbach, publicadas solamente en 1888 por Engels.
En la sexta tesis Marx dice algo cierto, pero reduccionista: «La esencia humana
es el conjunto de las relaciones sociales». Efectivamente no se puede pensar la
esencia humana fuera de las relaciones sociales, pero es mucho más que eso,
pues resulta del conjunto de sus relaciones totales.
Descriptivamente, sin querer
definir la esencia humana, ésta surge como un nudo de relaciones vueltas hacia
todas las direcciones: hacia arriba, hacia abajo, hacia dentro y hacia fuera.
Es como un rizoma, un bulbo con raíces en todas las direcciones. El ser humano
se define en la medida en que activa este conjunto de relaciones, no solo las
sociales.
En otras palabras, el ser
humano se caracteriza por surgir como una apertura ilimitada: hacia sí, hacia
el mundo, hacia el otro y hacia la totalidad. Siente dentro de sí una pulsión
infinita, pero solo encuentra objetos finitos. De ahí su permanente
incompleción e insatisfacción. Esto no es un problema psicológico que un psicoanalista
o un psiquiatra puedan curar. Es su marca distintiva, ontológica, y no un
defecto.
Pero, aceptando la afirmación
de Marx, buena parte de la construcción de lo humano se realiza efectivamente
en la sociedad. De ahí la importancia de considerar cuál sea la formación
social que crea las mejores condiciones para que él se abra plenamente en las
más variadas relaciones.
Sin ofrecer las debidas
mediaciones, dicen que la mejor formación social es la socialdemocracia:
comunitaria, social, representativa, participativa, de abajo hacia arriba y que
incluya a todos sin excepción. En palabras de Boaventura de Souza Santos, la
democracia debe ser sin fin. Tenemos que ver con un proyecto abierto, siempre
en construcción, que comienza en las relaciones dentro de la familia, de la
escuela, de la comunidad, las asociaciones, los movimientos, las iglesias y
culmina en la organización del Estado.
Como en una mesa, veo que una
democracia mínima y verdadera se sostiene sobre
cuatro patas, como subrayaba tanto durante su vida Herbert de Souza
(Betinho), idea que, juntos en conferencias y debates, tratábamos de difundir
entre los alcaldes y dirigentes populares.
La primera pata consiste en la
participación: el ser humano, inteligente y libre, no quiere ser solo el
beneficiario de un proceso, sino actor y participante. Sólo entonces se hace
sujeto y ciudadano. Esta participación debe venir desde abajo para no excluir a
nadie.
La segunda pata consiste en la
igualdad. Vivimos en un mundo de desigualdades de todo tipo. Cada uno es
único y diferente. Pero la participación creciente en todo impide que la
diferencia se vuelva desigualdad y permite que crezca la igualdad. La igualdad
en el reconocimiento de la dignidad de cada persona y el respeto de sus
derechos sostiene la justicia social. Junto con la igualdad viene la equidad:
la proporción adecuada que cada cual recibe por su colaboración en la
construcción del todo social.
La tercera pata es la
diferencia. Viene dada por la naturaleza. Cada ser, sobre todo el ser
humano, hombre y mujer, es diferente. Esto debe ser aceptado y respetado como
una manifestación de las potencialidades propias de las personas, los grupos y
las culturas. Las diferencias nos revelan que los humanos podemos ser de muchas
formas, todos ellas humanas, y por ello merecedoras de respeto y de acogida.
La cuarta pata se realiza en la
comunión: el ser humano posee subjetividad, capacidad de comunicación con
su interioridad y con la subjetividad de los otros; es portador de valores como
solidaridad, compasión, protección de los más vulnerables y diálogo con la
naturaleza y con la divinidad. Aquí aparece la espiritualidad como una
dimensión de la conciencia que nos hace sentirnos parte de un Todo, y como ese
conjunto de valores intangibles que dan sentido a nuestra vida personal y
social, y también a todo el universo.
Estas cuatro patas siempre
van juntan y equilibran la mesa, es decir, sostienen una democracia real. Ella
nos enseña a ser coautores en la construcción del bien común y en su nombre
aprendemos a limitar nuestros deseos por amor a la satisfacción de los deseos
colectivos.
Esta mesa de cuatro patas no
existiría si no se apoyara en el suelo y en la tierra. Así, la democracia no
estaría completa si no incluyera a la naturaleza que hace posible todo.
Proporciona la base físico-química-ecológica que sostiene la vida y a cada uno
de nosotros.
Debido a que tienen valor por
sí mismos, independientemente del uso que hagamos de ellos, todos los seres son
portadores de derechos. Merecen seguir existiendo y debemos respetarlos y
entenderlos como ciudadanos. Estarán incluidos en una democracia sin fin
socio-cósmica.
Desplegado en todas estas
dimensiones se realiza el ser humano en la historia, en un proceso sin límites
y sin fin.
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