Por José M. Castillo
Es un hecho que abundan en la Iglesia las personas a quienes
no les gusta el papa Francisco. Más aún, es un hecho también
que existen en la Iglesia personas que le tienen miedo a este papa. Ese miedo
se explica, no sólo porque Francisco es un hombre que no se ajusta a las
costumbres y al modo "normal" de proceder de los papas que hemos
conocido, sino además porque Francisco no para de hablar de un tema que, por lo
visto, a no pocas personas les pone nerviosas. Me refiero al tema de los pobres.
Yo no sé qué tienen los
necesitados, que, cuando ese asunto se plantea, somos muchos (me meto yo
también, por supuesto) los que nos sentimos mal, sobre todo cuando eso se nos
presenta a fondo, con todas sus causas y todas sus consecuencias.
Además - y esto es lo más
grave -, este papa no se limita a recordarnos el amor que debemos tener a los
necesitados, sino que, además de eso y sobre todo a propósito de eso, en sus
discursos y homilías, suele arremeter
contra la gente de Iglesia, denunciando, sin pelos en la
lengua, a los funcionarios de la religión que no hacen lo que tienen que hacer,
que se muestran como unos trepas que lo que quieren es colocarse en puestos de
importancia, ganar dinero y vivir bien.
Y Francisco hasta ha
llegado a denunciar públicamente a los mafiosos vestidos de sotana. No estábamos
acostumbrados a este lenguaje en "los augustos labios del Pontífice",
según solía expresarse "L'Oservatore Romano" hasta los tiempos de
Juan XXIII, que cortó en seco con semejante estupidez en la forma de hablar.
No estoy exagerando. Y
menos aún inventando cosas que no son verdad. La semana pasada he estado en
Italia dando unas conferencias. Y allí me han dado cuenta de gente de mucho
nombre y de mucho rango, en los ambientes eclesiásticos y clericales, a quienes
no les llega la camisa al cuerpo. ¿Temen
traslados? ¿Temen descensos? ¿Tienen miedo a no alcanzar
lo que ya creían estar tocando con punta de los dedos? ¡Cualquiera sabe! Sea lo
que sea, lo que parece no admitir duda es que se está reproduciendo exactamente
lo que insistentemente repiten los evangelios: los sumos sacerdotes del tiempo
de Jesús, con las otras autoridades religiosas, senadores y letrados,
"tenían miedo" (Mt 21, 26. 46; Lc 20, 19; Mc 11, 18; Lc 22, 2; Mc 11,
32; 12, 12).
Miedo, ¿a quién? A la
gente, al pueblo, a los pobres. Así lo dicen los textos de los evangelios.
Como dicen también que Jesús les espetó en su cara que habían convertido el
templo en una "cueva de bandidos" (Mt 21, 13; cf. Jer 7, 11 par). Por
eso el papa no ha tenido reparo en repetir, refiriéndose a determinados
clérigos actuales, que son unos "ladrones". Y Francisco añadía:
"lo dice el Evangelio".
Hay quienes se quejan de
que este papa no toma decisiones. Porque no quita a unos y pone a otros en los
cargos más importantes de la Curia. Nadie sabe lo que el papa Francisco piensa
hacer. Lo que sabemos es lo que ha hecho ya. Y, por lo menos hasta ahora, ha
hecho dos cosas que están a la vista de todos:
1) Ha
adoptado una forma de vivir, que no es la que estábamos
acostumbrados a ver en los papas hasta ahora.
2) Se
ha puesto decididamente a favor de los pobres y habla muy
duro en contra de los ricos y de los trepas que buscan poder y privilegios.
¿Se va a quedar en eso? Yo
creo que no. Estamos empezando, nada más que empezando. Y eso es lo que más miedo
les da a algunos. Pero, en cualquier caso, no vendrá mal recordar que Jesús
hizo lo mismo que hasta ahora viene haciendo este papa: llevar una vida austera
y tener una libertad para hablar y hacer ciertas cosas, que sacan de quicio
justamente a los mismos que sacó de quicio la conducta de Jesús.
Francisco trae de cabeza a
los más observantes de no pocas tradiciones que en los sectores más
tradicionales de la Iglesia se consideraban intocables. Y mire Vd. por dónde
las dos cosas que ya ha puesto en marcha Francisco - que son las dos que puso
en marcha Jesús - fueron (y siguen siendo) el motor de cambio en la historia:
1) una forma de vivir sencilla y solidaria;
2) y una opción preferente por los pobres, que
descoloca a los privilegiados e importantes, hasta ponerlos en el último lugar.
El papa Francisco no ha
nombrado cargos ni ha tomado decisiones clamorosas. Se ha limitado a poner en
el centro de sus preocupaciones lo mismo que puso Jesús: el sufrimiento de los pobres.
Y eso les ha metido el miedo en el cuerpo a los que anhelaban un papado con
otras pretensiones. Las pretensiones de los trepas y la ambición de la
observancia que bien puede ocultar una ética dudosa, quizá contradictoria con
la conducta de la gente honrada.
Y termino: les aseguro que
me da lo mismo que el papa sea progresista o conservador. Lo que me importa de
verdad es que el papa Francisco se ha centrado y concentrado en el Evangelio.
No para de hablar de Jesús, de lo que hizo y dijo Jesús. Tenga la ideología que
tenga, si está
identificado con Jesús, me siento espontáneamente identificado con el papa.
Ni más ni menos que eso.
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