Por José Arregui
Me acuerdo perfectamente
dónde y cuándo me dijo mi padre: "El hombre no debe tener miedo ni aunque
lo estén despellejando". Yo era entonces un chaval de 11 años, tímido,
incluso temeroso, y quedé muy impresionado. Imaginé con asombro que mi padre
sería capaz permanecer impertérrito aunque lo despellejaran. Pronto descubrí
que no era así, cuán fácilmente se alarmaba. Pero a la vez tenía esa seguridad
profunda tan campesina, cuasi telúrica, arraigada en la Tierra o en Dios, de
que nunca faltaría a su numerosa prole con qué vivir y salir adelante, a pesar
de la pobreza.
No todo miedo es malo. El
miedo es una señal de alerta, un mecanismo de supervivencia. Ante un riesgo
cualquiera, en nuestro cerebro primario –que compartimos con casi todos los
animales, por ejemplo los reptiles– se activa la amígdala del lóbulo temporal y
nos pone a la defensiva. Sin esa alarma no podríamos sobrevivir. Lo que pasa es
que nuestro cerebro "superior" –así lo llamamos solo porque es
nuestro– recuerda demasiado los peligros del pasado y los proyecta en el
futuro, inventa peligros y hace que aumenten los miedos sin causa. Y esos
miedos, que son la mayoría, impiden la paz, no nos permiten respirar y vivir.
No es que nos falten
motivos reales para temer. Nos están despellejando, efectivamente. Cada semana
nos arrancan un nuevo tirón desde Berlín, Bruselas o La Moncloa, o desde los
grandes bancos cuyas deudas nos están haciendo pagar a todos. Y si eres de los
que pagas puntualmente tu hipoteca, pronto verás cómo tu banco te ofrece nuevos
créditos para seguir despellejándote, hasta que algún día te echen de tu trabajo
o de tu casa. Nos están robando ese "espacio de seguridad" que –como
decía Maurice Zundel– "nos permite convertirnos en espacio de
generosidad". Nos lo ponen muy difícil para seguir confiando y siendo
generosos.
A pesar de todo, ahora que
nos están arrancando la piel en nombre de un futuro cada vez más oscuro, es
posible y es muy bueno decirnos de todo corazón y escuchar desde el Corazón de
la Realidad o de Dios la voz que nos dice: "Amiga, amigo, no temas".
No temas mirar de frente a
la dura realidad y a lo que está por venir, ni de llamarlo por su nombre. Abre
los ojos y ve lo que nos ha traído hasta aquí. Nadie somos inocentes, pero no
todos somos igualmente culpables. Los que menos han ganado en los tiempos de
bonanza son los que más están perdiendo en la crisis: ésos son los más
inocentes. Entidades financieras, especuladores, corruptos y beneficiarios de
pingües sobresueldos: ésos son los más culpables. Y los políticos que se les
someten. ¿Cómo se vuelven tan sensibles y vulnerables ante una pacífica protesta
ante su portal quienes cada viernes o incluso cada día toman tan impasibles
medidas violentas que empobrecen a los pobres sin impedir que los ricos se
enriquezcan? Pero no se trata ante todo de repartir culpas ni de imponer
castigos. Se trata de crear otro futuro desde la compasión.
No temas creer que otro
futuro, otra política, otra economía es no solo necesaria, sino también
posible. Si lo creemos, será posible. Si no lo creemos, no.
No temas abrirte a la
esperanza y la utopía. La utopía no es para alcanzarla algún día, sino para
saber hacia dónde caminar cada día. La utopía nos indica el camino y la
esperanza nos impulsa a caminar.
No temas tu impotencia, ni
tus incoherencias y desfallecimientos. Ni tus miedos. Tampoco temas el fracaso.
No es preciso que lo des todo ni que salves a todos. Basta que añadas un
granito de trigo a la mesa, un granito de arena a la casa.
"No temáis pensando
qué vais a comer o con qué os vais a vestir –dijo una vez Jesús de Nazaret–.
Mirad cómo viven las aves del cielo, cuán bellos son los lirios del
campo". Las aves del cielo viven con poco y con muy poco son tan bellos
los lirios del campo. También nosotros podremos ser felices, más felices
incluso, con menos.
No temas, amiga, amigo, a
pesar de todo.
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