He puesto proa, con ánimo decidido y pulso firme, a la meta de mi vida: mi muerte.
He tenido una vida amplia, amable, rica, llena... ¿qué digo llena?, ¡pletórica! He hecho prácticamente todo lo que le puede apetecer hacer a una persona razonable. Quiero decir que no he tenido nunca pretensiones de tener yates, ni de ir a la Luna ni de cosas de esas que solo le apetecen a los héroes, a los aventureros maravillosos del estilo de Indiana Jones y a los multimillonarios estilo..... los que sean. Mis pretensiones siempre han sido acordes a mis posibilidades. Y dentro de ellas, insisto, he hecho todo lo que quería hacer. Bueno, quizá me falta montar en helicóptero y saltar en paracaídas. Pero todavía me quedan unos años (digo yo).
Pasados, generosamente, los sesenta se que me encuentro viviendo los últimos años de mi vida y, al mirar atrás, cavilo que no me importaría mantener mucho de lo que he hecho y vivido y cambiar también mucho de lo hecho y vivido. Y todo en lo que reparo, ya sea para desear su conservación o para añorar una alternativa que ya no es posible, siempre va a referido a mi relación con otras personas.
Lo que más me ha enriquecido ha sido la gente, los amigos, los enemigos, los meros conocidos e, incluso aquellas personas anónimas con las que me he cruzado. De todos he aprendido y a todos, por ello, desde esta atalaya que me ofrece la Red, mi agradecimiento. Ninguno se enterará de él, pero no me importa. Aquí lo expreso.
Amo mucho; disfruto mucho; observo mucho. Quiero, desde la serenidad, plasmar aquí esos pensamientos que no llego a convertir en palabras.
Si por una casualidad de la vida alguien llegara a leer esto algún día y le sirve de algo, pues estupendo. Si nadie llega a leerlo, pues estupendo.
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