Por
Leonardo Boff
14/03/2013
En
las redes sociales había anunciado que el futuro Papa se llamaría Francisco. Y
no me equivoqué. ¿Por qué Francisco? Porque San Francisco comenzó su conversión
al oír el Crucifijo de la capilla de San Damián decirle: “Francisco, ve y
restaura mi casa, mira que está en ruinas” (San Buenaventura, Leyenda Mayor II,
1).
Francisco
tomó al pie de la letra estas palabras y reconstruyó la iglesita de la
Porciúncula, en Asís que aún existe en el interior de una inmensa catedral.
Después se dio cuenta de que era algo espiritual restaurar la «Iglesia
que Cristo rescató con su sangre» (ibid.). Fue entonces cuando comenzó su
movimiento de renovación de la Iglesia, presidida por el Papa más poderoso de
la historia, Inocencio III. Comenzó a vivir con los leprosos y del brazo
de uno de ello iba por los caminos predicando el evangelio en lengua popular y
no en latín.
Es
bueno saber que Francisco nunca fue sacerdote sino laico solamente. Sólo al
final de la vida, cuando los Papas prohibieron a los laicos a predicar, aceptó
ser diácono a condición de no recibir ningún tipo de remuneración por el
cargo.
¿Por
qué el cardenal Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre de Francisco? Creo que
fue porque se dio cuenta de que la Iglesia está en ruinas por la
desmoralización de los diversos escándalos que afectaron lo más precioso que
ella tenía: la moral y la credibilidad.
Francisco
no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y
desprovista de todo poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con los
últimos, que crea las primeras comunidades de hermanos que rezan el breviario
bajo los árboles con los pajaritos. Es una Iglesia ecológica que llama a todos
los seres con las dulces palabras de «hermanos y hermanas». Francisco fue
obediente a la Iglesia y a los papas y al mismo tiempo siguió su propio camino
con el evangelio de la pobreza en la mano. Entonces escribió el teólogo Joseph
Ratzinger: «El no de Francisco a ese tipo de Iglesia no podía ser más
radical, es lo que podríamos llamar una protesta profética» (en Zeit Jesu,
Herder 1970, 269). Francisco no habla, simplemente inaugura lo nuevo.
Creo
que el Papa Francisco tiene en mente una iglesia fuera de los palacios y de los
símbolos del poder. Lo mostró al aparecer en público. Normalmente los Papas y
Ratzinger principalmente ponían sobre los hombros la muceta, esa capita corta
bordada en oro que sólo los emperadores podían usar. El Papa Francisco llegó
sólo vestido de blanco. En su discurso inaugural se destacan tres puntos, de
gran significado simbólico.
El
primero: dijo que quiere «presidir en la caridad», algo que desde la Reforma y
en los mejores teólogos del ecumenismo se pedía. El Papa no debe presidir como
un monarca absoluto, revestido de poder sagrado como prevé la ley canónica.
Según Jesús, debe presidir en el amor y fortalecer la fe de los hermanos y
hermanas.
El
segundo: dio centralidad al Pueblo de Dios, como destaca el Concilio Vaticano
II, pero dejada de lado por los dos papas anteriores a favor de la jerarquía.
El Papa Francisco pide humildemente al pueblo de Dios que rece por él y lo
bendiga. Sólo después él bendecirá al pueblo de Dios. Esto significa que él
está allí para servir y no para ser servido. Pide que le ayuden a construir un
camino juntos y clama por fraternidad pata toda la humanidad, donde los
seres humanos no se reconocen como hermanos y hermanas sino atados a las
fuerzas de la economía.
Por
último, evita todo espectáculo de la figura del Papa. No extendió ambos brazos
para saludar a la gente. Se quedó inmóvil, serio y sobrio, yo diría, casi
asustado. Solamente se veía una figura blanca que saludaba con cariño a la
gente. Pero irradiaba paz y confianza. Usó el humor hablando sin una retórica
oficialista, como un pastor habla a sus fieles.
Vale
la pena mencionar que es un Papa que viene de Gran Sur, donde están los más
pobres de la humanidad y donde vive el 60% de los católicos. Con su experiencia
como pastor, con una nueva visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la
Curia, descentralizar la administración y dar un rostro nuevo y creíble a la
Iglesia.
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