Por Juan José Tamayo
La elección del cardenal
Bergoglio como nuevo Papa, su procedencia argentina y el nombre elegido,
Francisco, constituyen tres claves importantes que nos permiten ofrecer unas
primeras reflexiones sobre las expectativas que puede generar no solo en el
seno del catolicismo, sino en el mundo entero.
Con esta elección América
Latina, el continente con cerca de 500 millones de católicos y católicas,
adquiere el protagonismo que le corresponde en la Iglesia. Por primera vez en
la historia del cristianismo el Tercer Mundo adquiere la justificada y merecida
visibilidad, se coloca en el centro de la escena eclesial y se hace presente en
el Vaticano, que en épocas anteriores apenas le prestó atención y en algunas
ocasiones se mostró beligerante con él.
América Latina es la cuna
de la teología de la liberación, de las comunidades eclesiales de base, una de
las manifestaciones más vivas del cristianismo de todos los tiempos, de las
Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, donde toda la Iglesia
latinoamericana pasó del cristianismo, primero conquistador, después colonial y
luego desarrollista, al cristianismo liberador que hizo de la opción por los
pobres el imperativo ético y recuperó la fuerza profética de Jesús de Nazaret y
de los misioneros que, como Bartolomé de Las Casas, Antonio Montesinos y
Antonio Valdivieso, defendieron la dignidad y los derechos de los indígenas y
el diálogo intercultural e interreligioso.
En América Latina se hizo
realidad de manera ejemplar la Iglesia de los pobres, siguiendo la orientación
de Juan XXIII: "La Iglesia de Cristo es la Iglesia de todos, pero para los
países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres". El nuevo Papa es
buen conocedor de dicha Iglesia y, a través de sus responsabilidades pastorales,
ha participado activamente en su desarrollo. Esto permite albergar la esperanza
de que desde el Vaticano aliente el compromiso por la liberación de las
personas, de los grupos humanos, de los pueblos latinoamericanos y de los
países del Tercer Mundo sometidos a la explotación del Primer Mundo.
El nombre elegido,
Francisco, el primero que utiliza un Papa en la larga historia del
cristianismo, muestra su intención de seguir el espíritu de Francisco de Asís
renunciando a todo tipo de ostentación y caminando por la senda de la pobreza
y, así, hacer más creíble el mensaje de las Bienaventuranzas, que constituye la
mejor herencia de Jesús de Nazaret y es la Carta Magna del cristianismo, con
frecuencia olvidada y apenas puesta en práctica, salvo en los movimientos proféticos.
Para llevar a cabo tales
intenciones y propósitos, el nuevo Papa no puede apoyarse en los movimientos
neoconservadores, que miran al pasado y reproducen un cristianismo
preconciliar, como han hecho los papas anteriores, sino que ha de contar con las
fuerzas eclesiales vivas que miran al futuro y trabajan por "otra Iglesia
posible" en el horizonte de los movimientos sociales comprometidos en la
construcción de "otro mundo posible". Ello requiere un cambio
estructural, que ya diseñara el teólogo Karl Rahner en el libro Cambio
estructural en la Iglesia publicado hace cuarenta años y que conserva hoy la
misma actualidad, o mayor si cabe, que cuando fue escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario