miércoles, 20 de marzo de 2013

Francisco y la Iglesia de los pobres


Por Juan José Tamayo
La elección del cardenal Bergoglio como nuevo Papa, su procedencia argentina y el nombre elegido, Francisco, constituyen tres claves importantes que nos permiten ofrecer unas primeras reflexiones sobre las expectativas que puede generar no solo en el seno del catolicismo, sino en el mundo entero.
Con esta elección América Latina, el continente con cerca de 500 millones de católicos y católicas, adquiere el protagonismo que le corresponde en la Iglesia. Por primera vez en la historia del cristianismo el Tercer Mundo adquiere la justificada y merecida visibilidad, se coloca en el centro de la escena eclesial y se hace presente en el Vaticano, que en épocas anteriores apenas le prestó atención y en algunas ocasiones se mostró beligerante con él.
América Latina es la cuna de la teología de la liberación, de las comunidades eclesiales de base, una de las manifestaciones más vivas del cristianismo de todos los tiempos, de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, donde toda la Iglesia latinoamericana pasó del cristianismo, primero conquistador, después colonial y luego desarrollista, al cristianismo liberador que hizo de la opción por los pobres el imperativo ético y recuperó la fuerza profética de Jesús de Nazaret y de los misioneros que, como Bartolomé de Las Casas, Antonio Montesinos y Antonio Valdivieso, defendieron la dignidad y los derechos de los indígenas y el diálogo intercultural e interreligioso.
En América Latina se hizo realidad de manera ejemplar la Iglesia de los pobres, siguiendo la orientación de Juan XXIII: "La Iglesia de Cristo es la Iglesia de todos, pero para los países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres". El nuevo Papa es buen conocedor de dicha Iglesia y, a través de sus responsabilidades pastorales, ha participado activamente en su desarrollo. Esto permite albergar la esperanza de que desde el Vaticano aliente el compromiso por la liberación de las personas, de los grupos humanos, de los pueblos latinoamericanos y de los países del Tercer Mundo sometidos a la explotación del Primer Mundo.
El nombre elegido, Francisco, el primero que utiliza un Papa en la larga historia del cristianismo, muestra su intención de seguir el espíritu de Francisco de Asís renunciando a todo tipo de ostentación y caminando por la senda de la pobreza y, así, hacer más creíble el mensaje de las Bienaventuranzas, que constituye la mejor herencia de Jesús de Nazaret y es la Carta Magna del cristianismo, con frecuencia olvidada y apenas puesta en práctica, salvo en los movimientos proféticos.
Para llevar a cabo tales intenciones y propósitos, el nuevo Papa no puede apoyarse en los movimientos neoconservadores, que miran al pasado y reproducen un cristianismo preconciliar, como han hecho los papas anteriores, sino que ha de contar con las fuerzas eclesiales vivas que miran al futuro y trabajan por "otra Iglesia posible" en el horizonte de los movimientos sociales comprometidos en la construcción de "otro mundo posible". Ello requiere un cambio estructural, que ya diseñara el teólogo Karl Rahner en el libro Cambio estructural en la Iglesia publicado hace cuarenta años y que conserva hoy la misma actualidad, o mayor si cabe, que cuando fue escrito.

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