(Reflexión a Mc. 14, 12-16)
Todos los cristianos lo sabemos. La
eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio
religioso" que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a
lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia
religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas
noticias que nos presionan por todas partes.
A veces somos sensibles a lo que afecta a la
dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias
que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se
atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando
rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.
El riesgo siempre es el mismo: Comulgar con
Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos
que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones
de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.
En los próximos años se van a ir agravando
los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de
medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irán haciendo
crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de
nuestro entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced
de un futuro incierto e imprevisible.
Conoceremos de cerca inmigrantes privados de
asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o
medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por
el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo
podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos
hacemos más solidarios.
La celebración de la eucaristía en medio de
esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos
liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir
pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser
más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.
No es normal escuchar todos los domingos a
lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No
podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en
aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús
sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros
sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos
ante la crisis.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario