(Reflexión a Mc. 5, 21-43)
La escena es sorprendente. El evangelista
Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades
cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a
un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una
vida nueva, llena de paz y salud.
A diferencia de Jairo, identificado como
"jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no
es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina,
que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.
Sufre mucho física y moralmente. Se ha
arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin
embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola.
Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.
No espera pasivamente a que Jesús se le
acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los
obstáculos. Hará todo lo que puede y sabe. Jesús comprenderá su deseo de una
vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.
La mujer no se contenta solo con ver a Jesús
de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación,
pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás,
entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa
su confianza total en Jesús.
Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús
quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa,
confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado.
Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad para buscar y
acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos
nosotros.
¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días
a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que
encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo "en paz y
con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que,
sin apenas apoyo alguno y venciendo toda clase de resistencias y rechazos,
trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más
dignidad en la Iglesia de Jesús?
Las mujeres no encuentran entre nosotros la
acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos
mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy
las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras
comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
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