Por Sandra Hojman
En
esta tarde de víspera del Corpus, en que la iglesia diocesana marcha en la
plaza... (pocas veces han salido a marchar... sólo a demostrar fuerzas o a
combatir la libertad en el amor... jamás gritando contra el hambre o reclamando
verdad y justicia...)
En
esta tarde me pregunto por tu cuerpo y tu sangre...
No
creo en el cuerpo que no se rompe antes de consagrarse, porque te encargaste
muy bien de partir primero el pan para después declarar "así soy yo".
Aunque esto dice la fórmula, no lo confirma la acción litúrgica... una de
tantas veces en que la palabra es desmentida por las prácticas... "Tomó el
pan, lo partió y lo dio...".
Esto
eres, el cuerpo roto, uno de los tantos rotos, partidos, lastimados,
entregados...
No
eres el que se preserva entero, "sin mancha ni arruga". Eres el que
se quiebra para recobrar, en y con nosotros, la integridad, y solo si nosotros
la recuperamos. Mientras haya rotos en estos pagos, seguirás partiéndote...
Eres
el que no se guarda ni una miga de sí, para que alcance para todos. Eres el que
se identifica con los quebrantados de la historia, con los des-poseídos (o sea,
aquellos a quienes les fueron arrebatadas las posesiones básicas)
No
creo tampoco en una sangre que se derrama "por muchos", que se
restringe, que hace acepción. Creo en el empuje irrefrenable de tu vitalidad,
que todo lo empapa, que sigue corriendo, que se cuela por cualquier grieta.
Creo en el río de tu amor, que no deja a nadie afuera. Creo en la explosión de
vida de tu pascua, que recoge todos los llantos y todos los gozos, que hace
fiesta con el mejor vino y no se deja detener ni aun por tus mensajeros.
No
creo en tu cuerpo encerrado en jaula de oro, transformado de pan común y
corriente en objeto de joyería. No creo en tu cuerpo atrapado, lejos nuevamente
de tu pueblo, velo del templo que te oculta una vez más. No creo en un cuerpo
portado sólo por los iluminados ni en tantos indignos de recibirte. No creo en
un cuerpo al servicio de la exclusión, del exilio, de marginalidad. Creo en tu
camino desde los márgenes y desde los marginales, para la reunión final que
concluye la diáspora. Creo en el escándalo de que en la mesa de los pobres, se
ofrece Dios mismo.
Tampoco
creo ya en la iglesia poderosa, que se reúne para exhibir, que se hace presente
cuando nadie la llama y pareciera no oír los gemidos de tu pueblo. Que elige
tan prudentemente qué banderas levantar. No creo en las vestiduras, en los
ornamentos, en nada que aleje tu cena de ese encuentro fraterno donde nos revelaste
lo infinito de tu amor; donde nos serviste y nos enseñaste y juntaste coraje
para seguir amando.
No
creo en tantas cosas.
Creo
en tanto amor derramado... pobre y empobrecido...que no elige dónde estar, se
brinda a todos, tirado en la mesa. Expuesto a que lo tomen o no, lo gocen o lo
maltraten.
Creo
en tu cuerpo hecho pedazos.
Creo
en tu sangre volcada sobre nuestra humanidad, sin medida.
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