(Reflexión a Mc. 4, 26-34)
A Jesús le preocupaba mucho que sus
seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo
más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de
Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no
olviden nunca cómo han de trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de
los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con
paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de
Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea
es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de
preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar
bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y
gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto
humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a
recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son
humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser
humano. La fuerza del Evangelio no es
nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan
pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina
secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar
con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El
Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora
y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de
ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer
algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos
cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada
vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la
receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es
buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos
la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús
puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días.
Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe
renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por
él.
José Antonio Pagola
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