José Antonio Pagola
Jesucristo: Catequesis Cristológicas (B.3)
La lectura atenta de los Evangelios nos permite recoger los rasgos fundamentales de Jesús de Nazaret y tomar conciencia de la imagen que tenían de su personalidad los primeros creyentes.
a. Jesús, hombre libre
La libertad sorprendente de Jesús es el dato primero y mejor confirmado tanto por la oposición de sus adversarios como por la admiración del pueblo y la adhesión de sus seguidores. Jesús se impone como un hombre libre frente a todo y frente a todos los que puedan obstaculizar su misión.
Jesús es un hombre libre frente a sus familiares que tratan de apartarle de su vida peregrinante de anuncio de una Buena Noticia (Mc 3,21. 31-35).
Jesús se mantiene libre frente al círculo de sus amigos que quieren dictarle cómo debe ser su conducta, en contra de la voluntad última del Padre (Mc 8, 31-33).
Jesús, salido de los ambientes rurales de Galilea, se atreve a enfrentarse y criticar libremente a los escribas, especialistas de la Ley, las clases cultas de la sociedad judía (Mt 23).
Jesús manifiesta una libertad total frente a la presión social ejercida por las clases dominantes y, de manera especial, por los grupos fariseos que retienen indebidamente el poder de interpretar la Ley.
Jesús es libre frente al poder político de las autoridades romanas sin entrar en cálculos políticos y juegos diplomáticos (Lc 13, 31-32; Mt 20, 25-28). De la misma manera, se enfrenta con entera libertad a los dirigentes religiosos del Sanedrín judío (Mc 14, 53-60).
Jesús no se deja arrastrar tampoco por la estrategia de las fuerzas de resistencia a los ocupantes romanos (Mc 4, 26-29; In 6, 15) defraudando así ilusiones de muchos que esperaban un reino judío mesiánico dominador del mundo entero.
Jesús no se deja esclavizar por “las tradiciones de los antiguos” que alejaban a los judíos de la verdadera voluntad de Dios (Mc 7, 1-12). Tampoco se ata a las últimas corrientes rabínicas que circulan en la sociedad judía (Mt 19, 1-9).
Jesús se manifiesta libre frente a ritos, prescripciones y leyes litúrgicas que quedan vacías de sentido si se olvida que deben estar al servicio del hombre (Mc 3, 1-6; 2, 23-28) y orientadas hacia un Dios que “quiere amor y no sacrificios” (Mt 12, 1-8).
Esta libertad total de Jesús tanto en su palabra como en su actuación, irrita a los defensores del sistema legal judío que desean asegurar su interpretación de la Torá, despierta las esperanzas del pueblo que comienza a descubrir un sentido nuevo a la vida y logra la adhesión de algunos seguidores. ¿Dónde está el origen y la explicación de esta libertad de Jesús?
b. Obediencia radical al Padre
Jesús es totalmente libre porque vive entregado enteramente a cumplir la voluntad de un Dios al que él llama “Padre”. Hay una constante clara en la vida de Jesús de Nazaret: su fe total en el Padre, su obediencia radical al Padre. Lo que alimenta su vida y da sentido a toda su actuación es hacer la voluntad del Padre (In 4,34).
Más concretamente, Jesús se descubre a sí mismo como llamado por el Padre a anunciar una Buena Noticia a las gentes: “Dios está cerca del hombre”. El objetivo último de toda su vida es arrastrar a los hombres hacia una gran esperanza que le anima a él mismo desde dentro: hay salvación para el hombre. Hay futuro. Dios mismo quiere intervenir en la historia humana, adueñarse de la vida del hombre y hacer posible nuestra verdadera liberación. “Llega ya el Reinado de Dios”.
Toda la vida de Jesús está orientada a anunciar a los hombres esta Buena Noticia, la mejor que los hombres podían escuchar (Lc 4. 18-19). Porque el Dios que viene a reinar en la vida del hombre no es un tirano, un dictador, un señor vengativo o caprichoso, que busca su propio interés. Es un Dios liberador, que busca la recuperación de todo hombre perdido (Lc 15, 4-7). Un Dios que sabe preocuparse de los últimos (Mt 20, 1-16), un Padre que sabe acoger y perdonar (Lc 15, 11-32), un Señor que llama a una gran fiesta a todos los hombres por muy pobres, desgraciados y perdidos que se encuentren (Mt 22, 1-14).
Marcos recoge bien esta misión a la que dedicó Jesús toda su vida: “Anunciaba la Buena Noticia de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reinado de Dios está cerca; cambiad de mentalidad y creed en esta Buena Noticia” (Mc 1,15).
c. Un hombre para los demás
Jesús es un hombre libre para amar. Un hombre que da siempre la última palabra al amor. Para Jesús ya no es la Ley la que debe determinar cómo debemos comportarnos en cada situación. Es el hombre necesitado el verdadero criterio de actuación. Y toda nuestra vida tiene sentido en la medida en que servimos al hombre necesitado (Lc 10, 29-37).
Así ha vivido Jesús “no para ser servido, sino para servir” (Mc 10, 45). Toda su vida es “desvivirse” por los demás. No encontramos nunca a Jesús actuando egoístamente en busca de su propio interés. No se preocupa de su propia fama (Mt 9, 10-13; 11,19). No busca dinero ni seguridad alguna (Mt 8, 20; Lc 16, 13) No pretende ningún poder (In 6, 15). No vive para una esposa suya ni un hogar propio. Es un hombre libre para los demás, un “hombre-para-otros”.
Su preocupación es el hombre necesitado. Lo que impulsa toda su vida es el amor apasionado a los hombres a los que considera hermanos. Un amor amplio, universal (Lc 10, 29-37). Un amor sincero, servicial (Lc 22,27). Un amor que se traduce en perdón a sus ejecutores (Lc 23,. 34; Mt 55,44).
d. Cercanía a los necesitados
Jesús no es neutral ante las necesidades e injusticias que encuentra junto a los pobres, los marginados, los desprestigiados, los enfermos, los ignorantes, los abandonados. Siempre está de parte de los que más ayuda necesitan para ser hombres libres.
Jesús se mueve en círculos de mala reputación, rodeado de gente sospechosa, publicanos, ladrones, prostitutas, personas despreciadas por las clases más selectas de la sociedad judía (LC 7,36-50).
Jesús se acerca con sencillez a los pequeños, los incultos, los que no pueden cumplir la Ley porque ni siquiera la conocen, hombres despreciados por los cultos de Israel (in 9, 34).
Jesús acoge a los débiles, a los niños (Mc 10,13-16), a las mujeres marginadas por la sociedad judía (Lc 8, 2-3; 10, 38-42; 13,10-17).
Jesús se acerca a los enfermos, los leprosos, los enajenados, los impuros, hombres sin posibilidades en la vida, considerados pecadores a los ojos de todo judío (Mc 1, 23-28; 1, 40-45; 5, 25-34).
Jesús defiende a los samaritanos considerados como pueblo extraño e impuro (Lc 9, 51-55; 10, 29-37).
Jesús se preocupa del pueblo humilde, la masa, las gentes desorientadas de Israel (Mc 6, 34; Mt 9, 36), el pueblo agobiado por las prescripciones de los rabinos (Mt 23, 4).
e. Servicio liberador
Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad, pero su vida es una Buena Noticia para todo el que busca liberación.
Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9, 35).
Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2, 1-12; Lc 7, 36-50; Jn 8, 2-10).
Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los desalentados, los últimos, porque están llamados a disfrutar la fiesta final de Dios (Mt 5, 3-11; Lc 14, 15-24).
Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios (Mt 11, 25-27) y ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6, 25-34).
Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45; Mt 18, 2-4), una verdad que los puede ir liberando (In 8, 31-32).
Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre deshumanizado (Mt 6, 33; Lc 4,17-22).
Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5, 38-48; Lc 6, 27-38).
Si quisiéramos resumir, de alguna manera, la actuación liberadora de Jesús, podríamos decir que desde su fe total en un Dios que busca la liberación del hombre, Jesús ofrece a los hombres esperanza para enfrentarse al problema de la vida y al misterio de la muerte.
f. Fidelidad hasta la muerte
Jesús se nos ofrece en los relatos evangélicos como hombre fiel al Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión hasta la muerte.
Jesús no murió de muerte natural. Fue ejecutado como consecuencia de los conflictos que provocó con su actuación. Por una parte, su actitud ante la Ley de Moisés ponía en crisis toda la institución legal del pueblo judío privando a los dirigentes de Israel de su autonomía religiosa y social. Por otra parte, el anuncio de un Dios abierto a todos los hombres, incluso a los extranjeros y pecadores ponía en crisis el carácter privilegiado del pueblo judío y su alianza con Yavé. El Dios que anunciaba Jesús no era el Dios de la religión oficial judía. Además, Jesús decepcionó profundamente la expectación mesiánica de carácter político que su aparición pudo despertar en grandes sectores de la población.
La ejecución iba a poner a prueba toda la trayectoria de Jesús de Nazaret. El rechazo de todos parecía desmentir, invalidar y reducir al fracaso todo su mensaje de amor y fraternidad humana. Pero, Jesús, abandonado por todos, grita hasta el final: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 22, 34). Además, la crucifixión parecía el signo más evidente del abandono de Dios a su falso profeta, equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la Ley. Sin embargo, Jesús aún viéndose abandonado por Dios (Mc 15, 34) grita al morir: “Padre, en tus manos pongo mi vida” (Lc 23, 46).
Jesús murió creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón para los hombres. Sin embargo, su muerte en una cruz sellaba el fracaso de un hombre libre y justo, y dejaba en total ambigüedad su mensaje de la venida del Reino de Dios, que con tanta fe había anunciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario