Dom Esteven Chevevière
(Del libro "El eremitorio")
Relee las Bienaventuranzas; cada una es el premio de un renunciamiento. Florecen entre los escombros del egoísmo. En esta página evangélica Dios especifica su suprema voluntad sobre ti y te da a conocer lo que Él entiende por la muerte a sí mismo. Cada bienaventuranza tendrá una recompensa enteramente personal. Sin nada de espectacular irá socavando en ti silenciosamente un vacío que podrá darte el vértigo sí miras al abismo más que al amor de quien lo ahonda. En la vida interior el mayor desacierto consiste en objetivar su dolencia para analizarla curiosamente y en sopesar sus cruces. Óyelo de una vez: no se puede morir a fuego lento sin notarlo...
La POBREZA es la soledad, el silencio, el abandono. Es la virginidad del corazón, el expolio de toda posesión aun de los favores de Dios en lo que tienen de sabroso. Es la acogida cordial dispensada a la aridez, a la noche, a la desolación. Es sufrir todo eso, sin saberlo los hombres, por el Amado, con una generosidad gratuita que sólo aspira a darle gusto.
La MANSEDUMBRE es la inalterable paciencia dentro y fuera, el amor apacible de los quereres contrariantes de Dios y de sus instrumentos: hombres y cosas. Es la sonrisa sincera que brota de un corazón roto pero sumiso.
El LLANTO es el gemido amoroso y benévolo a toda prueba del alma estrujada por la animadversión de los hombres, las magulladuras de la existencia, la acción purificadora de Dios, esa que nadie adivina, ni comprende, ni compadece...
La JUSTICIA es el deseo lacerante de Dios, que Él mismo atiza y que obra frutos admirables de santidad. Es la “herida de amor” que no deja descansar, el tormento atroz del alma desterrada que muere de impaciencia por que se rasgue el velo que le oculta el rostro de su Dios.
La MISERICORDIA es la intuición perspicaz y entrañable de la indigencia humana, hecha necesidad de remediarla; la tierna compasión por la debilidad ajena, nacida del sentimiento agudo de la propia y de la actitud del Dios-Hombre para con los pecadores. Es la indulgencia que comprende, perdona todo y rehabilita con palabras y gestos de bondad...
La PUREZA es la aversión por el mal y la fealdad; el temor filial de ofender a Dios, el valeroso esfuerzo por expiar las propias faltas, la vigilancia heroica por evitar nuevas, la pasión de la gloria de Dios superior a toda otra intención, la oración instante por que sea lavada nuestra alma del polvo del camino.
La PAZ es, dentro de sí y fuera, la tranquilidad del orden en el respeto de la jerarquía de los valores; el cumplimiento, en la propia vida, de las tres primeras peticiones del Padrenuestro:
que el Nombre de Dios sea santificado,
que su reino venga,
que su voluntad se haga.
Es el advenimiento en nuestra alma del Reino de Dios.
La PERSECUCIÓN santificada es el dolor por la incomprensión de los hombres, la más penosa de todas, la de los buenos, de los que más amamos, aceptada con un corazón generoso, con agradecimiento no fingido para con los que así nos ayudan a despegarnos de nosotros mismos.
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