(Comentario a Lc. 12, 13-21)
Cada vez sabemos más de la
situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años
treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en
las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin
tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato,
conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan
contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No
narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los
terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se
ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué
haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que
solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los
necesitados.
El rico de la parábola
planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá
otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para
muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y
date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil,
esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién
será?”.
Este hombre reduce su
existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida
está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus
tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no
cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos,
prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la
desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo
los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo
los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo
normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave
que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la
solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la
rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del
Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús,
presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores
contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la
historia humana.
José Antonio Pagola
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