(Comentario a Lc. 11, 1-13)
“Yo os digo: Pedid y se
os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá”. Es fácil que Jesús
haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea
pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos.
Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la
confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún
momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de
llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir
como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el
camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús
nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices
diferentes. “Pedir” es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de
pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el
perdón, la paz interior, la salvación. “Buscar” no es solo pedir. Es,
además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de
buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno
para todos. “Llamar” es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios
cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en
el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: “el que
pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre”.
Jesús no dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran
lo que andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a
quienes confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas
buenas”.
Jesús no da explicaciones
complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de
todos los tiempos. “¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza
de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los
caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a
veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un
escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de
sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino “cosas
buenas”. Jesús saca rápidamente la conclusión: “Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu Santo a los que se
lo pidan”. Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su
Aliento que sostiene y salva nuestra vida.
José Antonio Pagola
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