La ordenación de mujeres. No se trata de un dogma de fe.
Con
optimismo tal vez desmesurado, llegué a pensar que precisamente al Papa
Francisco le tuviera reservado la Divina Providencia el atrevimiento reparador
de pedirle perdón a la humanidad por el comportamiento discriminatorio que la
Iglesia mantuvo y mantiene en relación con la mujer.
Pero,
tal y como reflejan recientes declaraciones, el nuevo Obispo de Roma opta por
suscribir el aserto de Karl Rhaner, el teólogo más importante de los últimos
tiempos, al reconocer con desesperanza que "la ordenación sacerdotal de
la mujer en la Iglesia católica es cuestión de siglos". Al ser
preguntada el Papa acerca del tema, se manifestó de la siguiente manera :
"La Iglesia ha hablado ya y ha dicho que no. Así lo suscribió Juan Pablo
II con fórmula definitiva. Esta puerta, por tanto, está ya cerrada. La Virgen
María era, y es, más importante que los Apóstoles, los obispos, diáconos y
sacerdotes. No obstante, reconozco que sigue faltando una explicación-
reflexión teológica más profunda".
Sin
necesidad de pedir disculpas por pensar de manera distinta, pero siempre con
humildad y respeto, creo legítimamente cristiano manifestar mi desacuerdo,
coincidente en este caso con el de tantos miembros de la Iglesia, con inclusión
de teólogos, biblistas y pastoralistas.
Precisamente
la reiterativa catequesis del Papa Francisco de que "la Iglesia es
femenina, esposa y madre, que no puede entenderse sin la mujer que le
confiere fecundidad", había estimulado a muchos y a muchas a acariciar la
posibilidad de que la consagración sacerdotal de la mujer estaba cercana,
inaplazable y hasta inminente, por lo que los pasos hacia su consecución se
aligerarían en la actualidad con la presencia y actividad del "Papa
renovador por la gracia de Dios".
Los
católicos, con predilecta mención para las mujeres, estamos adoctrinados y
convencidos del relieve tan singular y del puesto sagrado que en la teología de
la salvación se le asigna a la Virgen., Madre de Dios. Pero aquí no se trata
ahora de eso. Se trata de que, reconociendo con gratitud, devoción, alegría,
dogma, piedad y religiosidad popular, los privilegios tan excepcionales de la
Virgen, las mujeres sigan estando terminantemente imposibilitadas para la
ordenación sacerdotal, si alguna se siente vocacionada y capacitada para el
ministerio.
Los
argumentos bíblicos y teológicos que se aportan no convencen a muchos.
Convencen a más los contra-argumentos. Y no se trata de un dogma de fe,
o algo similar. Es cuestión de cánones y de disciplina eclesiástica. Es decir,
de la curia. El diagnóstico de una buena parte del pueblo de Dios y que quienes
sociológicamente manifiestan interés por el tema, lo formulan como el penúltimo
signo del discriminador machismo "religioso" que pervive en la
Iglesia, siempre jerárquicamente al resguardo de hipotéticas
"invasiones" de pecatrices.
Extraña
de modo inefable que, tan sensibilizado el Papa Francisco con las aspiraciones
del pueblo más pueblo y más marginado, como es el colectivo femenino, no
haya ya roto esquemas añejos que imposibilitan el rejuvenecimiento de la
Iglesia, al ausentara a las mujeres de los órganos de dirección en la
institución eclesiástica. Repudiar a la mujer de la religión equivale a
anquilosar esta a perpetuidad. Establecer alianza con ella, le aporta dosis de
incuestionable perennidad. La mujer, por mujer, es siempre, y en todo, más
joven que el hombre, por hombre.
No es
pastoralmente rentable olvidar que todo intento de programar y poner en
práctica el ecumenismo, pasará necesariamente por el asentimiento y promoción
del sacerdocio de la mujer, haciendo uso consagrado de los términos
"pastoras" y "obispas". Así lo demandan las demás Iglesias
cristianas, con excepción de las consideradas fervorosa e intransigentemente
conservadoras.
Cuente
el Papa Francisco con los rezos de hombres y mujeres para que teólogos,
historiadores y canonistas profundicen en los evangelios, en el Libro de los
Hechos de los Apóstoles y en la vida y vivencias de las primitivas
comunidades cristianas, en las que hombres y mujeres participaban con
derechos y deberes idénticos.
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