(Reflexión a Lc. 24, 46-53)
Son los últimos momentos de Jesús con los
suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del
Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en
Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús solo piensa en que llegue a todos los
pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su
llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin
esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin
fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Según el relato de Lucas, Jesús no piensa en
sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere dejar en la
tierra “testigos”. Esto es lo
primero: “vosotros sois testigos de estas
cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de
un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más
humano.
Pero Jesús conoce bien a sus discípulos. Son
débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser testigos de alguien
que ha sido crucificado por el representante del Imperio y los dirigentes del
Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os
enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de lo alto”. El Espíritu de Dios
los defenderá.
Para expresar gráficamente el deseo de
Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de manera
sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a sus
discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y
sobre el mundo desciende su bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que
somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser
testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el
mal. Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo mira
con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el bien, hacer
el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano y un
estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más
austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica nos puede
empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo
primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y
profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad.
Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús
es una bendición y la gente lo tiene que conocer.
José Antonio Pagola
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