viernes, 2 de marzo de 2012

En paz con el hermano

Por Teófilo Amores Mendoza

Mateo, en el capítulo 5 (vv. 17 y ss) de su evangelio, con el que comienza el Sermón de la Montaña, explica a sus discípulos cómo entiende Él que deben cumplirse los mandamientos de la Ley. Para ello les pone como ejemplo seis preceptos de la misma sobre cada uno de los cuales Él les explica cómo han de entenderse en su cumplimiento, si se quiere que dicho cumplimiento sea conforme a la voluntad de Dios y no a la peculiar interpretación que le dan los hombres. Son las llamadas “seis antítesis”.
En el trozo de evangelio que comentamos hoy (Mt. 5, 20-26), Jesús hablará de la primera de ellas.
Llama la atención que lo primero que hace Jesús es descalificar a los entendidos, a los expertos, a los maestros en la interpretación de la Escritura. Y lo hace porque entiende que interpretan la Palabra de Dios con los ojos y con la mente, y no con el corazón; los descalifica por su dogmatismo; los descalifica porque son incapaces de leer el mensaje de amor al prójimo que Dios Padre inserta en su Palabra de Amor.
La invectiva de Jesús contra los maestros de la Ley, escribas y fariseos, es muy grave, pues de ella se deduce que tal como son y se comportan no entrarán en el Reino de los Cielos. Dice Jesús: “si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los Cielos”.
Y ¿en qué fundamenta la exigencia de “ser mejores”? Tal y como se deduce de los seis ejemplos que pone Jesús, de una interpretación más abierta, más humana, más en clave de amor fraterno que de una interpretación rígida y legalista de las palabras de la Ley. La de Jesús es una interpretación radicalmente rebosante de espíritu fraterno, una interpretación que tiende a superar la rigidez de la ortodoxia doctrinal.
La primera antítesis la plantea respecto al precepto “No matarás” y señala que ese precepto debe entenderse infringido cuando se mata la paz interior del hermano o la propia por causa de una discusión, de un malentendido, de un enfrentamiento personal o familiar. Equipara el “matar” al “estar reñido” o “peleado” con alguien.
La actitud correcta que nos muestra Jesús para estos casos es la de dejar hacer lo que se está haciendo para ponerte, primero, en paz con tu hermano. Manifiesta con claridad que es absurdo pretender tener una relación de amor con Dios cuando no estamos en condiciones de tenerla con el prójimo y por eso exige que, de inmediato y sin pretextos, dejemos nuestra ofrenda “sobre el altar” y vayamos primero a reconciliarnos con el hermano.
Y, de no hacerlo así, ya ha dejado claro en el v. 20 que no entraremos en el Reino de los Cielos. Y ello por más rosarios que recemos, por más misas que celebremos o a las que asistamos, por más lecturas espirituales que hagamos, por más ayuno que practiquemos o por más confesiones que llevemos a cabo. La exigencia de Jesús es clara: lo primero, reconciliarte con el hermano.
Y no debemos perder de vista que Jesús no se refiere en ningún momento a la causa de los disputa, ni a quién es el “culpable” de la misma. Solo dice que “si tu hermano tiene quejas contra ti” lo dejes todo y corras a pacificar la situación. Una vez hecho esto (haber intentado poner paz en esa discordia) podrás volver al altar a seguir con tu ofrenda. NUNCA ANTES.
Tampoco dice Jesús que para llevar tú la iniciativa de la búsqueda de la reconciliación tengas que ser tú quien tenga alguna queja contra el hermano. Dice, precisamente, lo contrario, lo cual es mucho más exigente: “si tu hermano tiene quejas contra ti”. No es que él tenga que venir a aclarar las cosas contigo. Jesús exige que seas tú quien tomes la iniciativa de acudir al hermano para tratar de solucionar el problema.
La verdad es que no estamos acostumbrados a actuar conforme a lo que el Maestro nos enseña. Preferimos mostrarnos “magnánimos” e, incluso, dispuestos a dar explicaciones a quien venga a pedírnoslas, pero pocos de nosotros estarían dispuestos a acudir a aquel que está molesto con nosotros para reconducir la situación a un entendimiento mutuo.
Muchos de nosotros nos declaramos “discípulos” o “seguidores” de Jesús. Pero la realidad es que a la hora de poner en práctica lo que Él nos enseña, preferimos ser discípulos o seguidores solo de nosotros mismos.
Hace solo unos días el evangelista Marcos nos transmitía la palabra de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el evangelio” (Mc. 1, 14). Confesamos con la boca nuestra opción de conversión pero pocos la ponen, verdaderamente, en práctica.
Cuaresma es un periodo ideal para darnos la oportunidad de intentar, una y otra vez, esa conversión de corazón. Es un tiempo ideal para dejar quieta la lengua y poner en marcha el corazón.


No hay comentarios: