(Reflexión a Mt. 2, 13-15. 19-23)
26 de diciembre de 2010
Según el relato de Mateo, la familia de Jesús ha vivido la experiencia trágica de los refugiados, obligados a huir de su hogar para buscar asilo en un país extraño. Con el nacimiento de Jesús no ha llegado a su casa la paz. Al contrario, enseguida se han visto envueltos por toda clase de amenazas, intrigas y penalidades.
Todo comienza cuando saben que Herodes busca al niño para acabar con él. Como sucede tantas veces, bajo el aparente bienestar de aquel reinado poderoso, perfectamente organizado, se esconde no poca violencia y crueldad. La familia de Jesús busca refugio en la provincia romana de Egipto, fuera del control de Herodes, asilo bien conocido por quienes huían de su persecución. De noche, de manera precipitada y angustiosa, comienza su odisea.
Por un momento, parece que podrán disfrutar de paz pues «han muerto los que atentaban contra el niño». La familia vuelve a Judea, pero se enteran de que allí reina Arquelao, conocido por su "crueldad y tiranía", según el historiador Flavio Josefo. De nuevo, la angustia, la incertidumbre y la huida a Galilea, para esconderse en un pueblo desconocido de la montaña, llamado Nazaret.
¿Podemos imaginar un relato más contrario a la escena ingenua e idílica del nacimiento de Jesús naciendo entre cantos de paz, entonados por coros de ángeles, en medio de una noche maravillosamente iluminada? ¿Cuál es el mensaje de Mateo al dibujar con trazos tan sombríos los primeros pasos de Jesús?
Lo primero es no soñar. La paz que trae el Mesías no es un regalo llovido del cielo. La acción salvadora de Dios se abre camino en medio de amenazas e incertidumbres, lejos del poder y la seguridad. Quienes trabajen por un mundo mejor con el espíritu de este Mesías, lo harán desde la debilidad de los amenazados, no desde la seguridad de los poderosos.
Por eso, Mateo no llama a Jesús "Rey de los judíos" sino "Dios-con-nosotros". Lo hemos de reconocer compartiendo la suerte de quienes viven en la inseguridad y el miedo, a merced de los poderosos. Una cosa es clara: sólo habrá paz cuando desaparezcan los que atentan contra los inocentes. Trabajar por la paz es luchar contra los abusos e injusticias.
En ese esfuerzo, muchas veces penoso e incierto, hemos de saber que nuestra vida está sostenida y guiada por la "Presencia invisible" de Dios al que hemos de buscar en la oscuridad de la fe. Así busca José, entre pesadillas y miedos nocturnos, luz y fuerza para defender a Jesús y a su madre. Así se defiende la causa de Jesús.
José Antonio Pagola
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