Por Teófilo Amores Mendoza
La parábola del administrador injusto (Lc. 16, 1-8).
Decía también a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda. Le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo." Se dijo para sí el administrador: "¿Qué haré ahora que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea destituido del cargo me reciban en sus casas." Y llamando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." Él le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien cargas de trigo."Le dice : "Toma tu recibo y escribe ochenta." El señor alabó al administrador injusto porque había obrado con sagacidad, pues los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz.
Este pasaje del evangelio de Lucas es uno de los que mayor desconcierto pueden producirnos.
Según opinan los exégetas de la Escritura, el desconcierto por la aparente alabanza de un sinvergüenza es un signo revelador de que es uno de los textos sobre los que podemos tener certeza de que fue pronunciado por el mismo Jesús.
Nos preguntamos, ¿pero cómo es posible que Jesús alabe la conducta de este hombre que engaña a su jefe para asegurarse el futuro? ¿Cómo es posible que nos diga que “el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido”. Realmente parece que Jesús se suma a la felicitación del amo, alabando la conducta de este mal administrador.
La verdad es que este pasaje, que comprende los versículos 1 a 8 del capítulo 16 de Lucas, se entiende mejor si se lee también el versículo siguiente, el 9: “Y yo os digo: haceos amigos con las riquezas injustas, para que cuando falten os reciban en las moradas eternas”.
Para comprender el evangelio de hoy, hay que tener en cuenta que en las parábolas, no se ha de tomar al pie de la letra cada uno de los detalles que se narran; hay que entrar en la intención del que la narra. La parábola, al contrario que la alegoría, ES UNA SOLA ENSEÑANZA que hay que sacar del conjunto del relato. El relato nos obliga a sacar una moraleja que nos anime a un cambio de actitud vital. Ésta en concreto, no está invitándome a ser injusto, sino a sentarme y echar cálculos, para elegir lo que de verdad sea mejor para mis auténticos intereses.
La parábola no nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a imitar la astucia y prontitud con que actúa. Él fue sagaz porque supo aprovecharse materialmente de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios para aprovecharnos de todo lo material, en orden a un fin espiritual.
Si somos sinceros, tendremos que reconocer que, con frecuencia, servimos al dinero, a nuestras preferencias, a nuestros intereses y nos servimos de Dios. Le llamamos Señor, pero el que manda de verdad es nuestro interés material. Justo lo contrario de lo que nos pide Jesús.
En este pasaje del evangelio se nos habla de dos situaciones: la de ahora y la de después: “haceos amigos con las riquezas injustas, para que cuando falten os reciban en las moradas eternas”. Jesús deja muy claro que lo que tenemos ahora ha de servir para lo que ha de venir después. Este posicionamiento de Jesús debe animarnos a no despreciar lo presente, pero tampoco a tenerlo por definitivo. El Reino de Dios no termina aquí, ni es sólo lo que vendrá después. El Reino de Dios se construye aquí y ahora y es para siempre.
En la parábola de hoy Jesús lamenta que en las cosas cotidianas seamos tan previsores, pero que en lo referente al Reino dejemos tanto que desear. La espiritualidad básica de Jesús no es una espiritualidad de renuncia o de huida: es una espiritualidad de uso de lo que tenemos, de inversión inteligente mirando al futuro.
Todo esto puede aplicarse directamente al dinero. El dinero no es un mal, es un bien. El dinero puede comprarlo todo, hasta la vida eterna. Puede crear muchas satisfacciones, aliviar muchos dolores, consolar muchos pesares... Es un medio magnífico de construir “vida”... con la condición de invertirlo bien. De lo contrario, puede matar.
A Jesús no le gusta el dinero, porque ve que el que tiene mucho generalmente es poseído por él: invierte sólo en bienes perecederos, está más tentado que nadie a desear cada vez más, a explotar a otros, a creerse superior... Es un mal administrador, que no prevé el futuro...
Y cuando hablo de dinero no me refiero solo al “contante y sonante”, sino también a todo aquellos que potencia mi egoísmo en perjuicio del otro. Me estoy refiriendo también a nuestro tiempo, nuestro ocio, del que solemos ser enormemente celosos, queriendo guardarlo para nosotros solos y molestándonos con frecuencia el tener que usarlo para servir o atender a otros. Con frecuencia nos cuesta renunciar a mi tiempo, a mi libertad de hacer o dejar de hacer por tener que prestar un servicio a otro
Olvidamos con facilidad que gozamos de este tiempo porque el Señor nos lo ha dejado para que lo administremos. Bien podría haber dispuesto para nosotros una enfermedad que nos tuviera postrados en cama sin poder relacionarnos. Pero nos ha permitido disfrutar de ello.
Lo mismo podemos decir de nuestro oído, que tan pocas veces accedemos a prestar a otros para que puedan contarnos sus miserias y así descargar un poco la amargura que llevan dentro.
El pecado del rico Epulón fue olvidarse de que Lázaro estaba a la puerta. Disfrutó de lo que era suyo, sí, pero olvidando que alguien cercano necesitaba su ayuda.
Lo que nos dice el evangelio es una cosa obvia. Nuestra vida no puede tener dos fines últimos: servir a Dios y servirnos a nosotros mismos. Sólo podemos tener un “fin último”. Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último (haceros amigos con el dinero injusto). No se trata de rechazar esos fines intermedios, sino de orientarlos todos a la última meta. Y esa meta debe ser “Dios”, y a Dios se llega, sobre todo, por el amor y la entrega a los que tenemos más cercanos.
“Ganaros amigos con el dinero injusto para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas”. Es una invitación a sacar provecho espiritual de las ganancias materiales, sean adquiridas lícitamente o con trampas. Y hacemos amigos con el dinero cuando compartimos con el que lo necesita.
Hacemos enemigos, cuando acumulamos riquezas a costa de los demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos simples administradores. Decía un maestro de espiritualidad francés que lo único que se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se pierde.
Pidamos al Señor que nos de luz para ver la verdadera, la buena inversión que debemos hacer de nuestras riquezas (nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestros conocimientos, nuestros besos y abrazos) para que con todo ello ganemos amigos que nos ayuden a llegar al cielo.
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