miércoles, 21 de noviembre de 2012

El matrimonio homosexual


Por Carlos F. Barberá
La aprobación por el Tribunal Constitucional del matrimonio homosexual ha dado lugar, como era previsible, a manifestaciones contradictorias. La Conferencia Episcopal, por ejemplo, ha afirmado en una declaración que...
"...la legislación actualmente vigente ha redefinido la figura jurídica del matrimonio de tal modo que este ha dejado de ser la unión de un hombre y de una mujer y se ha transformado legalmente en la unión de dos ciudadanos cualesquiera, para los que ahora se reserva en exclusiva el nombre de cónyuges o de consortes. De esta manera se establece una insólita definición legal del matrimonio con exclusión de toda referencia a la diferencia entre el varón y la mujer".
No cabe duda de que es necesario ir haciendo una reflexión sobre una situación ciertamente nueva y que, como tal, no deja de tener múltiples aspectos. Yo querría, pues, aportar algunas consideraciones que afectan a la moral y a la religión.
Ya se sabe que en 1990 la OMS excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud. Oficialmente, desde esa fecha las personas homosexuales no son enfermas. Cierto que hay obispos y tratadistas católicos que las consideran como tales y, probablemente con toda buena voluntad, les ofrecen caminos de curación. No caen en la cuenta de que su pretendida oferta de ayuda suena como un insulto.
También Freud diagnosticó que la fe era una especie de neurosis y Robert M. Pirsig afirmó que "cuando una persona sufre de una alucinación se le llama locura. Cuando muchas personas sufren de una alucinación se le llama religión". Sin embargo somos muchos los que no queremos que se nos cure de esa "enfermedad".
Así pues, hay muchas personas -aunque su porcentaje sea menor de lo que se suele afirmar- que comparten la condición homosexual. Según la moral católica, están condenadas a la castidad. Es fácil suponer que, siendo creyentes, podrían argumentar la injusticia de que Dios les haya creado con una capacidad sexual y a la vez la Iglesia establezca la prohibición de usarla.
Razonablemente el recién fallecido cardenal Martini, en la difundida entrevista que hizo poco antes de morir, apoyaba el matrimonio tradicional con todos sus valores y afirmaba estar convencido de que no deba ser puesto en discusión. Pero añadía: "si luego dos personas de sexo distinto o también del mismo sexo ambicionan firmar un pacto para dar una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos absolutamente que no pueda ser?".
Son muchos los que estamos convencidos de que la Iglesia debería revisar urgentemente sus ideas sobre el sexo y las relaciones de pareja. La presencia social del fenómeno gay en las sociedades occidentales podría ser un momento favorable.
Pero para los católicos la cuestión se complica con el uso de la palabra matrimonio, entre otras cosas porque esa institución social constituye para ellos un sacramento, uno de los siete definidos por el Concilio de Trento.
Y la Iglesia ¿no podría introducir en el sacramento del matrimonio el matrimonio homosexual? De hecho lo hizo con otras instituciones. Hoy día es doctrina de la Iglesia que el diaconado pertenece al sacramento del orden. Lo reconoce Pío XII en la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis y sin embargo no siempre fue así. De hecho el nombramiento de los diáconos surgió de una necesidad social -la de atender a los desfavorecidos- y es por tanto una creación de la Iglesia. ¿No podría verse como una nueva necesidad la atención a las parejas homosexuales y la inclusión de sus matrimonios en la categoría de sacramento?
Se dirá que voy muy deprisa y ciertamente es así pero el cambio social nos urge y Dios con él. Y también las decisiones de otras confesiones cristianas, que han llegado a conclusiones distintas a las de la jerarquía católica.
Pero de este modo llegamos a la cuestión de base y es la de qué es un sacramento y por qué existen esos siete. La moderna teología ha superado esa especie de positivismo según el cual un sacramento es lo que la Iglesia dice que es un sacramento y ha buscado el fundamentar los sacramentos en Cristo mismo.
Jesús es el sacramento original, es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. Quien le ve a él ve al Padre. Pero en él hemos conocido que toda la historia es historia de salvación.
Así pues, para una mirada creyente todos los acontecimientos remiten de Dios, todos son lugar de encuentro con Él. Toda realidad tiene, para quien la mira con ojos de fe, una estructura sacramental. San Agustín enumera trescientos cuatro sacramentos; cualquier cristiano puede, repasando su vida y el mundo entorno, enumerar muchos más.
Como escribió Leonardo Boff:
"La fe no crea el sacramento; crea en el hombre la óptica mediante la cual puede percibir la presencia de Dios en las cosas o en la historia. Dios está siempre presente en ellas. El hombre no siempre se percata de ello. La fe le permite vislumbrar a Dios en el mundo y entonces el mundo con sus hechos y cosas se transfigura, es más que mundo; es sacramento de Dios".
A partir del siglo XII, algunos teólogos comenzaron a destacar de entre los cientos de sacramentos, siete gestos primordiales de la Iglesia, que punteaban momentos fundamentales de la vida. Entre ellos el matrimonio, ese momento de una entrega definitiva entre dos personas, basada en el amor. Y cuando ahora se oficializa el mismo compromiso entre dos personas homosexuales ¿no puede ser para la Iglesia un signo del amor de Dios, un sacramento?

No hay comentarios: