Por Vicente Martínez
Así
como hay Maestros de Ley y Maestros de Vida hay, consecuentemente, discípulos
de unos y de otros. Pero ninguno de ellos –maestros y discípulos- lo serán en
plenitud si no entrañan simultáneamente ley y vida: doctrina sin práctica es
música sin sonido, y práctica sin doctrina es sonido sin música.
Los
de Ley son cartas de navegación necesarias para una singladura correcta, y los
de Vida son rutas navegadas. Todo navío cargado de espiritualidad precisa de
unas y de otras –rutas y cartas- para alcanzar con éxito el sentido de su
existencia. De modo particular cuando sabemos que lo único de que disponemos
mientras existimos es el viaje. La vida ha sido de siempre relacionada de forma
arquetípica con el concepto de viaje: la mitología, el arte, la mística...etc,
así lo testimonian.
Referidas
a nuestro "existir-en Dios" ley y vida son complementarias y, en
consecuencia, ambas necesarias. Si, en cambio, nos referimos a
"ser-en-Dios" toda ley sobra. Willigis Jäger es concluyente a este
respecto cuando afirma en Sabiduría eterna que "la realización concreta de
la vida es la verdadera religión. Dios quiere ser vivido, no venerado".
En Mt
5, 16 Jesús dijo: "Así brille vuestra luz delante de los hombres para que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos". El Evangelio repite con relativa frecuencia el dicho "por
sus obras los conoceréis", proporcionándonos con ello un criterio para
distinguir los verdaderos profetas -y también los verdaderos cristianos- de los
falsos: "¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los
abrojos?"
Cristiano
de vida es aquel que en las Olimpiadas de la Existencia despliega con habilidad
y empeño todo lo que de Jesús lleva consigo. Y con tanto compromiso con el
mundo, que la distinción entre aquél y éste se desvanece hasta hacerse uno con
todas las cosas: un "inter-siendo" con cuanto en el universo existe.
El
monje budista místico de nuestros días, muy afecto al cristianismo, alude a la
leyenda donde se cuenta que san Francisco le grita a un almendro en lo más
crudo del invierno: "¡Háblame de Dios!", y el almendro florece de
repente, se torna vivo. La postdata del místico es contundente: "No hay
otra forma de ser testimonio de Dios si no es en lo viviente".
Lo
evidencia igualmente este otro relato biográfico de quien es considerado en la
tradición cristiana el más fiel discípulo de Jesús porque, como él, toda su misión
consistió en enseñar con la vida.
Un
día el Poverello d'Assisi invitó a uno de sus frailecillos a que le acompañara
a predicar a la ciudad. Recorrieron sus calles saludando afectuosamente a
cuantos encontraban. De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño,
prestar ayuda a una señora que venía del mercado, confortar a un anciano.
Después
de un par de horas, Francesco le indicó a su acompañante que era el momento de
volver al convento.
— ¿Pero
no vinimos a predicar?, preguntó el fraile extrañado.
— Lo
hemos estado haciendo desde que llegamos, le respondió el de Asís con su
habitual dulzura. ¿Acaso no te percataste cómo la gente observaba nuestra
alegría y se sentía feliz y consolada con nuestros saludos y sonrisas?
Los
cristianos de vida, aparte de vivir lo que predican, son como una rosa de los
vientos desde cuyo centro de sí mismos irradian posibilidades de desarrollo en
todas direcciones. Su principal tarea es lo que en el mundo empresarial se ha
llamado empowerment –empoderamiento o apoderamiento- que se refiere al proceso
por el cual los individuos y las comunidades incrementan sus capacidades para
impulsar cambios positivos de las situaciones en que viven.
El
Perpetuum Mobile de esta energía vital que impulsa y transforma es el bíblico
Espíritu Santo: versión teológica de "espíritu, hálito,
respiración...VIDA", eternamente presente en cuanto es y existe. Y todo
esto sin olvidar jamás que nadie es dueño del Espíritu.
PARÁBOLA DEL REINO DE
DIOS
Estaba
Jesús sentado en las orillas del siglo XXI y todas las naciones reunidas en su
presencia ansiosas de conocer los criterios que facilitaban la entrada en el
Reino de los Cielos. Para que lo entendieran bien se lo explicó en parábola
diciendo que el Hijo del Hombre, sentado en su trono, dirá a los que están a su
derecha: Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para
vosotros (...) porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis
de beber, peregriné y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y
me visitasteis, preso y me vinisteis a ver. Y al preguntarle extrañados cuándo
habían hecho eso con él, el Hijo del Hombre les respondió:
Cuando
toda mi familia estaba en paro y repartisteis conmigo vuestros bienes,
emigrante de patera en desamparo me acogisteis en vuestros albergues y
comedores de auxilio, tenía sida y me visitasteis, preso y vinisteis a verme,
me acerqué a vuestra mesa eucarística y compartisteis con todos el pan sagrado
sin discriminación de nadie por razones de fe, sexo o estado.
Cuando
os hicisteis emprendedores y creasteis puestos de trabajo, me visteis hurgando
en los contenedores de las Grandes Superficies y me dirigisteis una mirada
compasiva, me sentía económicamente oprimido y me concedisteis una hipoteca sin
usura.
Cuando
ya jubilados, en lugar de darme la vara con vuestros achaques, me acompañabais
en los de los otros; cuando iba yo renqueando por la acera y desacelerasteis
vuestro paso para no ofender el mío; cuando prestasteis auxilio en carretera al
joven que estrelló su moto contra las vallas y llamasteis al 112 para que le
socorrieran.
Cuando
decidisteis alumbrar a vuestro hijo diagnosticado con síndrome de Down, a mi me
alumbrasteis.
En
verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores,
a mí me lo hicisteis.
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